miércoles, 30 de junio de 2010

Lobo errante

Caminé sobre el polvo que nadie jamás besó.
Levanté la vista y en medio de la noche vi el sol.
Observé el mundo con colores muy distintos
quizás poco comprensibles, pero al menos mios.

Aullé a la luna insinuandole un hola y un adios
y ladré rabioso a quienes sembraron las espinas,
a quienes intentaron apagar a las estrellas.
Ninguna mano fue lamida por comida.

Un violín que sonó en soledad y en filarmónica.

Aprendí a amar al invierno como al verano.
Conversé en mi con sombras y luciernagas
en medio de su carrera armamentista.

Me vi girar ciento ochenta grados,
setenta veces siete ir odiando,
beber el mismo veneno con placer,
sentir el frio debajo de la piel
pero también vivir sin ser domado
a la vez que lazos de aire y rubíes
unen las respiraciones que son ajenas
y la unión de los latidos invoca la luz.

Intento abrir un sendero en el laberinto.
Le doy forma al marmol con cada golpe,
con cada paso, con cada bocanada de aire.

No tengo una brújula,
ser un errante me parece mejor
sin embargo, se cual es el suelo que quiero pisar
ese que nace en el alba al despertar,
ese que pisa la luna, yo he de besar.
Y estoy en camino.

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